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El simbolismo de esta obra transforma en clave grotesca la iconografía religiosa para plasmar un alegato contra la energía nuclear a propósito de la central de Cofrentes (Valencia), cuya construcción se encontraba en su apogeo. Nada de la serena belleza con la que los pintores han representado a lo largo de siglos a la Virgen María, ni sombra de la dulce gracia del Niño Jesús. En su lugar, el rostro crispado y atónito de una madre que sostiene en su regazo su engendro siniestro, ambos flotando sobre una especie de nube rojiza o, mejor, hongo nuclear que señala la causa de tanto horror.
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El tema central del cuadro es el cuestionamiento del progreso que degrada el medio natural y crea ciudades hostiles al hombre. Pero, alrededor de ese argumento encarnado por el imparable crecimiento de la construcción de viviendas y fábricas, aparecen otros personajes secundarios, relacionados unos con el motivo central, meros juegos plásticos otros, que forman un rompecabezas de figuras imposibles al estilo de ciertos maestros góticos. La pintura alude al plan de construir un tercer cinturón de circunvalación a Valencia en detrimento grave de los usos agrícolas de varios términos municipales próximos.
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A pesar de las inevitables deudas de origen, la voz de Caballero se distancia de las concepciones esquemáticas para mostrarnos en este retrato archimbóldico un representante real del pueblo objeto de tantos servicios bienintencionados. El sueño del proletario es un retrato tierno a la vez que cáustico del obrero alienado cuyas necesidades sentidas son menos históricas y más vulgares que las imaginadas por los colectivos culturales antifranquistas.
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Un ama de casa aparece representada en la cocina, mitad Hora, mitad libélula, en plena preparación de la comida, cuando el curioso reloj formado por el mocho de la esquina inferior y su sombra marca las dos en punto: la hora de comer. Alrededor de ese argumento central, no faltan los detalles sorprendentes: desde las chacras budistas que aparecen pintadas en los distintos centros energéticos del cuerpo de la mujer, hasta llegar a la representación del filósofo cínico Diógenes con su tonel que aparece en la esquina inferior derecha. Toda una galaxia de temas y motivos resuelta con unos acabados técnicos absolutamente personales.
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Estamos ante una versión personal de un tema clásico: el artista pintando un cuadro, aconsejado por su crítico de cabecera y rodeado de un entorno cotidiano en el que no falta una alusión simbólica mediante la rayuela a la carrera del artista. Pero esas alusiones al carácter aleatorio de la fortuna artística y al poder de la crítica, bastan para indicarnos que, en contra de lo que cabía esperar por el tema, no estamos ante una recreación autocomplaciente o narcisista del trabajo del pintor.
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Un tema frecuente en la pintura de Martín Caballero lo constituye el amor y el sexo encarnado aquí en distintos momentos y situaciones vitales: los enamorados cuyos rostros se funden en uno solo, el padre de familia al que se le van los ojos detrás de la joven pareja, la mujer casada que sonríe cómplice, el cura reprimido, el mirón y el punki.
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Los elementos que ordenan la composición son el marco arquitectónico, junto al ajedrezado del suelo y la perspectiva paisajística del fondo. El título alude a la hegemonía militar norteamericana sobre el viejo continente europeo. Arriba, el águila del escudo estadounidense acompañada de modernos edificios impersonales bajo un cielo negro abajo, una iglesia románica en un paisaje mediterráneo de cielo azul intenso.
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El título alude al alias del líder socialista Felipe González durante la clandestinidad impuesta por el franquismo, a modo de recuerdo de una trayectoria pasada que se aviene mal con la ejecutoria del presente. Recordemos que en 1990, al poco de iniciarse el tercer mandato de Felipe González como presidente del Gobierno, se destapa el escándalo político- financiero que afectó a su vicepresidente, Alfonso Guerra, quien finalmente dimite a principios de 1991 iniciándose un progresivo deterioro de la credibilidad del P.S.O.E. y de su principal líder.
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Esta obra es un nuevo embate del autor a los poderes del sistema que condicionan la vida y la libertad de las personas. La composición tiene algo de retablo medieval, aunque encontraríamos referentes estéticos e ideológicos más modernos en el movimiento alemán de la Nueva Objetividad. Arriba aparecen tres jueces, personificación de una maquinaria penal tantas veces inhumana, y abajo se agolpa un grupo de criminales y víctimas a los que la vida ha puesto bajo su jurisdicción.
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El águila representativa de EE.UU. cobija bajo sus alas a las distintas naciones europeas, mientras sus garras asen el globo terráqueo en el que, a modo de una bola de cristal, se revive la lucha de San Jorge contra el dragón, trasunto de la resistencia frente a la opresión. Las alusiones a España son evidentes: el mapa de la Península pintado bajo la cabeza del ave y la costa mediterránea en la parte inferior derecha del cuadro.
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Mediante el recurso del cuadro dentro del cuadro, Martín Caballero logra de modo original el fin último de todo buen retrato: trascender la apariencia física para penetrar en la personalidad del retratado. En el cuadro del fondo, el pintor recrea, en su inconfundible estilo, la vida e ideas del coleccionista y mecenas que aparece delante, con las manos entrelazadas sujetando un catálogo ficticio de la 7ª Bienal que lleva su nombre, como expresión de confianza en la tenacidad de Jesús Martínez Guerricabeitia para impulsar en el futuro los proyectos ya emprendidos.
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La obra nos plantea un personaje antropomorfo, trasunto del poder ciego, sentado en un sillón (clara trasposición de los retratos emblemáticos del general Franco), cuya banda militar se ha metamorfoseado en fragmentos disformes de armadura y que luce una extraña cartuchera, mientras que en su brazo izquierdo se adivina un ojo-diana que absorbe y aplasta con la fuerza. Se apoya en un pódium construido a base de cajas de Coca-cola (irónica referencia al imperialismo norteamericano).