9. Consecuencias

Además del impacto demográfico, la pandemia de 1918 tuvo importantes consecuencias económicas derivadas del coste de las medidas tomadas para combatirla, pero también fruto de la paralización de las actividades en la agricultura, la ganadería, la industria, la minería, el sector terciario, el comercio interior y exterior, los transportes de viajeros, mercancías y animales o la evolución de la bolsa por las bajas laborales y las defunciones de población activa.

Consecuencia de lo anterior fueron los problemas de  abastecimiento y carestía de los productos de primera necesidad y de los medicamentos. Esta situación resultó aún más complicada por la coincidencia de la I Guerra mundial y sus efectos y, en nuestro país, por la grave crisis socio-económica que se vivía. 

Para atender a los costes directos, en un país como España, fue preciso establecer créditos especiales a nivel nacional, pero también a nivel municipal y provincial. Se requirió igualmente a nivel mundial la colaboración de numerosas entidades filantrópicas de carácter local, provincial, nacional e internacional, entre ellas la Cruz Roja. 

A la gran conmoción social provocada por la elevada mortalidad de la gripe de 1918, especialmente en adultos jóvenes, hubo que añadir el grave problema de los huérfanos.

Otra de las consecuencias, habitual en las epidemias, fue la estimulación de la investigación científica tendente a identificar y aislar, sin éxito, el germen específico de esta enfermedad y poniendo a punto sueros y vacunas que pudieran ser eficaces. 

A pesar del fracaso en el control de la pandemia de 1918, los laboratorios y la fabricación de sueros y vacunas alcanzaron mayor protagonismo en la lucha contra las enfermedades infecciosas, poniéndose a punto nuevos centros tanto públicos como privados.